Aventuras de Elizabeth en el metro

En realidad el título de ésta entrada tendría que ser algo como: mi amiga es una grosera de lo peor.

Tengo una amiga, vamos a decirle Elizabeth. Ella es muy linda, es tranquila y tiene mucha paciencia. Pero cuando en su infinita y superior sabiduría piensa que alguien está haciendo algo mal, o se topa con alguien que se porta grosero con ella, se convierte en Satanás. El detalle es que la cabrona tiene mucha suerte, y casi nunca se mete en problemas cuando libera al Satanás que lleva dentro. Nótese el "casi". Pues bien, ésto le pasó ayer:

Después de que el sol no se había aparecido en más de quien sabe cuantas semanas, es como que obligatorio salir a tomar aire libre cuando por fin está soleado. Eso justo hizo ella, el único detalle es que ayer la temperatura era de -10°C. Pasaron las horas, caminó mucho, y se llegó la hora en la que tuvo que ir al otro lado de la ciudad. Se preparó para irse, pero quienes hayan vivido en climas fríos saben que hay como una cuota de cuantas horas puede uno estar fuera cuando hace demasiado frío. La cuota de ella ya se había agotado luego de las cuatro horas fuera, pero aún así tomó el metro y se fue.

Cuando por fin llegó al otro lado de la ciudad, se topó con que tenía que caminar en lo oscuro y en nieve profunda otros 15 minutos. 15 minutos de ida, otros 15 minutos de venida al metro, y esperar otros 13 para que pasara el metro, ella ya era un cubo de hielo. Porque cuando hace frío hay que moverse, y aunque hizo zanja en la parada del metro eso no le sirvió para calentarse en lo más mínimo. ¿Mencioné que estaba del otro lado de la ciudad?

En lo que esperaba y caminaba para no congelarse, llegaron tres chicas que lucían asiáticas y muy probablemente eran chinas. Traían abrigos de lana negro todas ellas, así como gorros de colores y guantes blancos. Venían en su propio mundo platicando. Cuando por fin llegó el tren, Elizabeth esperó de forma educada para abordar, pero las chicas asiáticas se metieron al metro antes de que la gente pudiera salir, y para colmo una de ellas la pisó y ni dijo perdón. Así como para rematar el llamado a Satanás, se escabulleron y tomaron los únicos asientos disponibles.


Treinta minutos más tarde, el altavoz anunciaba la parada en la que Elizabeth se tenía que bajar para poder hacer conexión y llegar a su casa. Se abrieron las puertas del metro y, como siempre hace, Elizabeth les aventó los hombros y los codos a todos los papanatas que no saben que primero hay que dejar salir a la gente del metro, antes de quererse meter. Se dio la vuelta, para tomar el tren en dirección contraria y justo delante de ella estaban las asiáticas otra vez, y amenazaban con repetir la trastada de meterse enfrente de ella y robar los asientos libres otra vez.

Obvio es, y está de más recalcarlo, pero ésto no sucedió. En cuanto llegó el tren, Elizabeth hizo uso de su altura y se les metió, pisó a una de ellas y hasta les soltó un ¡Quítate! en español. Para después sentarse justo en el último lugar disponible. Era justicia poética, sonrió satisfecha y siguió en su rollo de música y en la luna en la que siempre vive llena de justicia y gente educada.

Pero, la cosa no terminó ahí. Tres paradas más adelante, se quitó los audífonos porque hicieron un anuncio por el altavoz. Y cual fue la sorpresa que las chicas estaba aún paradas pero de espaldas, con sus abrigos negros y gorros de colores. Pero ya no hablaban chino, ahora hablaban español. Peor, cuando les puso atención, se dio cuenta de que no eran las mismas chicas, sino que ella había sido una grosera horrible con tres chicas que no la debían. Madres. Y para rematar el fiasco, una de ellas llevaba un gorro muy familiar, del mismo color de gorro de una amiga de Elizabeth que se llama Lidia. Luego se fijó en el cabello, y era el mismo corte, el mismo abrigo. ¡En la madre!

Continuará....




No, no es cierto. Mi amiga se asustó, se quedó muda. Había sido una grosera horrible con Lidia. Una amiga muy reciente pero con la que se llevaba muy bien hasta el momento. Como dije, ella se dio cuenta tres paradas después, ya era demasiado tarde. Todas le habían visto la cara, obvio. ¿Y ahora? En eso ellas se bajaron del metro y ella siguió ahí, sentada mirando como se alejaban cruzando la calle con una forma de caminar bastante familiar. Madres. De inmediato tomó el teléfono para llamarle a Lidia y explicarle. Sonó varias veces y luego se fue a buzón. Intentó otra vez. Nada. Le mandó mensaje por WhatsApp, nada. Un mensaje por Facebook. Nada. Era su amiga, y por pinche grosera la perdió.

Solo que no la perdió. Lidia había empezado a trabajar hacía poco y estaba en el trabajo cuando Elizabeth le llamó y por eso no había podido contestar. Al ver varios mensajes perdidos, se preocupó y le llamó. Obvio no había sido ella en el metro. No la perdió como amiga. Las dos se rieron por lo absurdo de la situación. Pero de todas formas yo había estado preocupadísima toda la tarde. Erm, Elizabeth había estado preocupadísima.

Así las cosas. ¡Esperemos que aprenda a no ser tan pinche grosera con extraños! Pero bueno, si alguna de esas pobres tres chicas lee mi blog, que lo dudo. Perdonen ustedes, les tocó pagar lo que un trío de zoquetes asiáticas me, erm le hicieron a Elizabeth. No era personal. Perdón en serio.

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